09 agosto 2006

La aduana intelectual de Houston o Miami

Por Eduardo Subirats *

Para viajar de Caracas a Bogotá la línea más corta pasa por Miami o Houston. Es también la línea aérea más barata. Lo mismo ocurre si quieres volar de Buenos Aires a México DF. El único inconveniente es que en el tránsito hay que dejar las huellas dactilares electrónicas bajo severísima custodia policial, y uno nunca sabe adónde va a parar esta clase de información clasificada en nuestra era orwelliana.

Lo que vale para esas líneas aéreas vale también para las líneas de pensamiento. Me explicaré. En los años ochenta del siglo pasado, Oscar Niemeyer y Darcy Ribeiro construyeron en Sao Paulo un monumento a la necesidad de integración intelectual de América latina. En el centro de esta composición arquitectónica, Oscar hizo levantar la mano ensangrentada de las venas abiertas de Eduardo Galeano. El mensaje era fácil de descifrar: la amenaza del expolio internacional, la necesidad de la integración intelectual. Digo intelectual en primer lugar. No me refiero al concepto europeo de integración, que es en primer lugar militar y económico, y libre de pensamiento. El Memorial de América Latina de Sao Paulo es un centro de las artes, una biblioteca latinoamericana, un teatro, un museo antropológico. Y su construcción arquitectónica estaba atravesada por un proyecto político abierto.

Pero los intelectuales latinos también tienen que pasar por la aduana de Houston o Miami si quieren saber lo que acontece y se piensa en el país de al lado. Me explicaré mejor. En este momento las naciones soberanas de América latina confrontan cuatro o cinco graves problemas idénticos en cuanto a su naturaleza: primero el expolio de las deudas externas, segundo la creciente pobreza, y las hambrunas y violencias que generan; tercero la destrucción ecológica a gran escala y los crecientes desastres que ocasionan; cuarto, la deflación de sus universidades, sus científicos y sus intelectuales; quinto, pero no en último lugar, las confrontaciones políticas extremas, la desarticulación social y la corrupción. Y tienen que ir a Miami para solucionarlo. En Houston o Nueva York les dicen lo que tienen que hacer.

Quiero añadir a esta constelación perteneciente a las memorias culturales latinoamericanas un recuerdo de familia. En los sesenta, setenta y hasta ochenta del siglo pasado, cristalizó un proyecto literario que no es precisamente lo que la industria editorial europea lanzó como boom comercial. Es algo que Suhrkamp y Gallimard no registraron porque no les interesaba. En escritores como el peruano José María Arguedas, el brasileño Guimaraes Rosa, el mexicano Juan Rulfo y el paraguayo Augusto Roa Bastos, por citar algunos nombres, habitaba un proyecto común, proyecto intelectual y proyecto político. Ciertamente soportado por un proyecto poético, y por tanto en una específica dimensión espiritual.

Osaré definir este proyecto en cuatro trazos expresionistas. Todos ellos daban clara expresión a la situación extrema de pobreza y humillación del pueblo latinoamericano. Todos ellos reconocían en las tradiciones culturales de estos pueblos una riqueza cultural inigualable a partir de la cual podía configurarse una realidad social original y articulada. Todos ellos partían de una lúcida visión de los males del caciquismo, del sexismo, del autoritarismo, de la corrupción, de los abusos de poder de todo tipo. Todos ellos definían una sociedad abierta. Repito una sociedad abierta: no las democracias de los fraudes electorales, ni las democracias de los espectáculos de CNN.

Y bien, pero: ¿qué sucede cuando las cuestiones intelectuales, literarias y artísticas pasan las pruebas de los fingerprints en las universidades de Miami, Duke o Nueva York? ¡Hélas! ¡Se transmutan en otra cosa! Ya no son cuestiones latinoamericanas sino globales. Latinoamérica se ha convertido para los latinoamericanistas de la academia anglosajona en una metáfora local de un poder global. ¿Hambre? La magnífica obra de Josué de Castro ha sido borrada de su agenda. ¿La poética y la espiritualidad de las culturas artísticas de los campesinos quechuas o de los indios guaraní, el centro intelectual de las reflexiones de tantos extraordinarios intelectuales latinoamericanos? ¡Cuestión de hibridismo! El expolio, la guerra sucia, los paramilitares organizados por las corporaciones transnacionales: ¡Una simple cuestión de derechos humanos! Y la última de todas las preguntas: ¿El canon de la literatura, la arquitectura y la pintura o la música latinoamericanas del siglo 20? Respuesta: ha sido reducido a “ciudad letrada”, expresiones de un nacionalismo superado por los agentes intelectuales de la globalización cultural corporativa, y sus restos, micropolíticamente desguazados, se amontonan en el cementerio de automóviles de los “cultural studies”.

Una cosa sí hay que reconocer a los latinoamericanistas del Norte: la brutal franqueza de algunas de sus categorías neocoloniales. Una de ellas se llama subalternidad. América latina se ha convertido en un campo virtual de sujetos subalternos, lo mismo que para los misioneros coloniales era tierra de “sujetos subjectos”.

* Profesor de Teoría de la Cultura en la Nueva York University. Autor