14 diciembre 2006

Comunicaci�n Pol�tica

Comunicaci�n Pol�tica

COMENTARIO SOBRE “HOMO VIDENS” DE GIOVANNI SARTORI

Jorge Acevedo

¿Es posible pensar que alguna actividad de importancia esté fuera de los Medios de comunicación? ¿Es la generación de un nuevo espacio público el resultado de la acción constante de los Medios? ¿Cómo afecta la lógica propia de los Medios el mensaje entregado? Todas estas interrogantes surgen desde nuestra interacción diaria con el principal canal de comunicación masiva: los Medios y, en específico, la televisión. Giovanni Sartori realiza una constatación que, apocalíptica y determinista, busca sólo ser un reflejo de una situación cotidiana. Hay en el “Homo Videns” un acercamiento a una nueva esfera de comunicación derivada de la omnipresencia de la televisión en nuestras existencias. Es la cotidianeidad del consumo y la extensión de sus funciones, lo que transforman el estudio de la televisión en un campo de vital importancia. Algunos ejemplos coyunturales nos darán el piso necesario para comenzar la discusión.
En un hecho representativo de la temática de este ensayo, el 26 de Octubre de este año, parlamentarios de la Alianza por Chile abandonaron la primera reunión de la comisión que estudiaba el problema de Chiledeportes. El aspecto que transforma esta decisión en un acto cargado de dramatismo, es que salieron de la reunión a los 5 minutos de haber ingresado, en cuanto las cámaras de Tv estuvieron dispuestas a filmar el suceso. No fue una decisión derivada de algún aspecto de la reunión, sino un “acto” destinado a la emisión televisiva. El signo de molestia no era completamente efectivo de haberse ausentado de la reunión (aunque nunca estuvo la opción de escuchar los argumentos de la Concertación), por lo que optaron por la representación. ¿Se debe agregar dónde se pudo ver este hecho?
Giovanni Sartori no se anda con medias tintas cuando habla del efecto de la televisión en la ciudadanía durante las últimas décadas: se ha perdido la capacidad de abstracción en el ser humano. No es definitivo, ni irrevocable (aunque el texto deja la sensación de que sí), pero se ha destruido de manera clara la capacidad de entendimiento. Esa conclusión , que puede ser rebatida en la coyuntura con la posmoderna búsqueda de la “no contaminación” (el hecho de tener “ideas propias”, sin fundamento tras de ellas, diría Sartori), genera un dominio sutil que limita de manera constante las posibilidades críticas propias del ser humano.
¿Cuál es el fundamento de esta aseveración de Sartori? La utilización casi exclusiva de la televisión para conocer la realidad y el carácter concreto del mensaje que entrega ella. Para afirmar esto, Sartori refiere a la capacidad simbólica (que habría generado, en definitiva, al homo sapiens) como el aspecto disminuido en la actualidad. El hecho que el hombre posea un lenguaje capaz de referir a sí mismo y de metacomunicar sobre las estructuras que se nos hacen manifiestas como “realidad” (podríamos hablar de la teoría de Berger y Luckmann sobre la construcción social de ésta, como ejemplo) lo diferencia del resto de los animales y, a la par, le permite desarrollar un pensamiento que lo hace progresar. La posibilidad de colocar en tela de juicio nuestra certezas generan la capacidad crítica y el desarrollo de nuestras fuerzas sociales. Por el contrario, la aceptación inmediata (la “introyección”, como se conoce en psicología) que proviene del ejercicio de recepción televisiva evita esos procesos cognitivos superiores y, por ende, abre un mayor campo de coerción implícita sobre el individuo, ya que lo presentado ES la realidad última e indubitable.
Este último elemento será retomado cuando hablemos de la esfera de la videopolítica, pero antes de ello es necesario comprender el itinerario lógico de Sartori, junto con algunas referencias anexas que nos parecen de importancia. El autor considera que el cambio operado por la televisión es paradigmático en cuanto ha cambiado nuestra manera de comprender el mundo. La necesidad que la televisión genera de que el mundo nos sea “mostrado” choca con elementos importantes de nuestro saber que no necesariamente tiene una correlación visible (Sartori menciona conceptos como el Estado, la soberanía, entre otros) que deben ser traspasados a una lógica que no les da abrigo. Esto genera “sucedáneos empobrecidos” que, por acercarse a esta nueva tecnología pierden su sentido intrínseco. ¿Cómo se podría entender, entonces, el concepto de “unidad cultural” que maneja Umberto Eco que plantea que existen significados que abarcan más allá del signo específico que los refiere? Eco plantea ue eso sucede con temas como “la paz”, “la democracia”, etc, que logran su significado sólo después de una sucesión de convenciones al respecto.
Se podría argumentar desde los apologistas de la televisión que ésta entrega una suma de imágenes con texto, pero Sartori advierte que esta conexión es desigual, al ser necesario un tipo de texto reducido (empobrecido, más bien) para adaptarse a la necesidades e transmisión de la televisión. A juicio del autor, no hay integración, sino sustracción en este aspecto. El predominio del homo ludens, que se dedica al juego, la diversión por sobre el homo inteligibilis, que ha construido nuestra sociedad es un hecho en el que hay que reparar para entender las predicciones catastróficas de Sartori. La atrofia cultural derivada se refleja en la pérdida de la capacidad de leer y la baja concentración y abstracción que tendrían las nuevas generaciones. Incluso Internet como espacio que combina texto e imagen aparece como un campo del que no se extraen todas sus potencialidades, debido a esta falencia cognoscitiva, que afecta el proceso simbólico de todo ser humano.
Ello, por supuesto, no implica la condena de la televisión como medio de comunicación, sino captar las posibles consecuencias de su omnipresencia y ubicuidad. Sartori plantea que el “tele ver” se transforma en un “tele vivir”, ya que es la principal productora de los bienes simbólicos con los que armamos nuestra identidad y entendemos nuestro lugar en la sociedad. Un autor contemporáneo como Roger Silverstone lo habla desde la relación entre televisión y cotidianeidad, tanto en la acción sobre los horarios de las personas (“¿antes o después de la teleserie nos juntamos?”) como en el lugar que ocupa en las casas, En un contexto en el que la media de televisores casi equipara la media de las personas en un hogar, se pueden imaginar las consecuencias desde el punto de vista comunicacional


LAS CONSECUENCIAS SOBRE LO POLÍTICO:

Dirigiendo la atención hacia cómo la televisión afecta el desarrollo político, se puede plantear que se transforma en el canal de difusión principal, alterando las manifestaciones discursivas. Tal cual fue mencionado al principio de este ensayo, cuando se refirió al “acto” de los dirigentes de RN, se puede pensar que la “video-política” transforman la gestión de la actividad política desde varios frentes. El primero de ellos tiene que ver con los emisores y para ello es necesario considerar algunos aspectos anexos a la teoría de Sartori, como por ejemplo lo propuesto por Anne Marie Gingras, en cuanto la mediatización de la actividad política, a partir de las técnicas del marketing político y el uso de los Medios de comunicación como soporte generan no sólo los cambios referidos en las temáticas presentadas y los intereses subyacentes. También se pueden observar influencias en el lenguaje utilizado, basando los mensajes en presentar los hechos y las cuestiones de todo tipo en forma de “información-cápsula”. El ritmo vertiginoso propio de la producción televisiva afectaría el tiempo y el espacio políticos, lo que no es una consecuencia necesariamente indeseable para los políticos, ya que, a juicio de la autora, ocultaría el vínculo y el origen de ciertos problemas indeseables.
Sartori comparte estas ideas al plantear que la televisión, al aplicar su esquema de acción, “personaliza” las elecciones y debates en búsqueda de un efecto más potente en lo emocional. El ejemplo de la confrontación entre John F Kennedy y Richard Nixon, ampliamente comentado en la literatura al respecto, es una interesante muestra del inicio de un proceso vivo y en constante desarrollo hasta nuestros días. En ese sentido, importa poco el mensaje, sino que el portador de ella se transforma en el verdadero elemento en juego al momento de decidir. La necesidad de personalidades fuertes con un lenguaje lo suficientemente ambiguo para satisfacer todas las identificaciones y necesidades del público pareciera ser la solución del éxito en este nuevo entorno. Ello no se agota en el “personaje” (nótese que ya dejamos de hablar de persona, aunque el perfil de “naturalidad” siempre renta bien), sino que abarca también los hechos a los cuales referir. Sartori plantea que los acontecimientos de “importancia” termianna siendo los mediáticos más ue los genuinamente efectuados. La referencia a la actitud de RN en Octubre pasado es fiel muestra de es´to, en cuanto es preferible un acto dramático realizado en nuestra globalizada “plaza pública” que una acción efectiva en la realidad.
Por otro lado, sería imposible mantener el juego político, si no existieran receptores que alteran su percepción de la política al ser ésta transmitida por los Medios de comunicación (muy apocalípticamente podríamos pensar que parte de esos receptores luego son emisores políticos que siguen las pautas aprendidas con anterioridad). Acá es bueno detenerse en el concepto de opinión pública. Si consideramos que ésta es según James Young, “el juicio social de una comunidad consciente de sí misma respecto de un problema de interés general que fue objeto de una discusión pública nacional”, la manifestación de ella no puede estar más alejada en la actualidad. Nos enfrentamos a una situación particular en la esfera de la videopolítica, en cuanto esa opinión es adquirida luego de la exposición mediática, con la particularidades (regresiones cognitivas, diría Sartori) que ella tiene. Primero la relaciona con la doxa griega más que con la episteme, o sea más un parecer que un saber. La razón para argumentar esto es que la percepción de la ciudadanía sobre los temas se forma más de los contenidos emotivos y poco profundos de la televisión que de un verdadero análisis al respecto. No sólo eso, al ser la televisión un medio unidireccional, en el que sólo se recibe información (una casi-interacción mediática como diría John B Thompson), no existe la opción de aportar una cognición propia a lo entregado.
Otro aspecto a considerar sobre el desarrollo de una opinión pública es la importancia que adquieren los sondeos de opinión realizados en los Medios. Sartori pone énfasis en la formulación de preguntas (generalmente con un fin determinado o restringiendo las posibilidades de respuesta) y en el contexto en el que ellas son formuladas, lo que deriva, a su juicio, en respuestas teóricamente débiles, volátiles y que, incluso, repiten lo que esas mismas personas han visto en los Medios de comunicación. Esto es fundamental si consideramos que no es sólo el ciudadano quien forma su opinión desde lo observado como “razonamiento público”, sino que los mismos Gobiernos plantean su actividad desde esas “certezas” presentadas mediáticamente.
Por último, el autor fija la atención en la calidad de la información que entrega la televisión, catalogándola de subinformación y desinformación. Esos conceptos refieren a insuficiencia y distorsión de la información, respectivamente. Amparados en las “reglas” de la transmisión televisiva (imágenes rápidas, de contenido emocional, poco texto), los Medios exageran acontecimiento vulgares, dramatizan las situaciones en la búsqueda forzada de la tensión y limitan el acceso de las personas al mundo conocido. Esto último se relaciona con un nuevo concepto de “aldeanización”, opuesto al de Mac Luhan, ya que no es todo el mundo el que se interconecta con la televisión, sino que una parte del orbe se plantea como “el único” lugar posible de los hechos.
Una referencia anexa que sirve para graficar esto es lo que planea Anthony Giddens en su libro “un mundo desbocado”. Estando el 9 de Noviembre de 1989 en Berlín Occidental, el autor fue testigo casual de la caída del Muro de Berlín. Luego de ser informado, se acercó con un pequeño grupo al lugar y comenzó a subir por las escaleras que habían dispuesto para ello. Su tránsito fue detenido por equipos de televisión que acababan de llegar y tenían que subir primeros para poder filmarlos trepando por las escaleras. Incluso convencieron a alguna gente que se subiera dos o tres veces para filmar mejor. Así se hace la historia en los años finales del siglo XX. La televisión no sólo llega primero, sino que monta el espectáculo”, comentaba Giddens en la ocasión.
Volvamos a Sartori: en cuanto los sucesos ocurran en latitudes alejadas, se pierde la importancia y necesidad de mostrarlos. A menos que llamen la atención desde lo exótico y curioso, por supuesto.La relación de los países pequeños y distante con el “mundo real” sigue un patrón similar al del televidente con la fuente de emisión: como receptor y acumulador de información ajena . Ocurre un fenómeno homologable a esa pasividad del receptor respecto de la emergente responsabilidad compartida que generaría la “aldea global” de Mac Luhan: al ser una “aldea fragmentada” y alejada de nuestro entorno cercano lo que se muestra en la televisión, baja el nivel de compromiso con lo que nos muestra. El efecto de ser receptor alejado, dueño de un control remoto con el que manejar nuestro campo visual, impide una real conciencia de lo que sucede fuera de nuestro entorno. Si a lo anterior le sumamos la gran cantidad de mensajes impactantes que recibimos, la capacidad de sorpresa baja y, por lo tanto, nuestro compromiso con el entorno si no es una causa de absoluta cercanía. La consecuencia de esto: un “demos” debilitado que poco sabe de los problemas públicos en un contexto en el , supuestamente, más se requiere de ello, debido a las consultas y la adopción de modelos de ciudadanía al momento de gobernar.
La diferencia entre competencia cognoscitiva y poseer información es el tema que recorre el texto de Sartori en cuanto en una era llena de posibilidades de acceder a contenidos de importancia para el hombre, no se tendría la capacidad para ello. Existe, obviamente, la posibilidad de pensar que la visión del autor cae en un exceso apocalíptico, pero debemos considerar cuál es el alcance que tienen sus palabras en un mundo que ha dejado de leer y que requiere de mensaje cortos y efectivos para fijarse en ellos. Hay más interconexión, más posibilidad de accede a otras visiones, pero falta el entendimiento subyacente. Que los poderes utilicen esta situación no sería una gran novedad, ya que ha sido así con todos los cambios sociales, lo que es más peligroso (y queda como conclusión luego de leer el libro) es que esos grupos de poder sean educados en este contexto. Es ahí donde la posibilidad de entendimiento queda como una quimera.



REFERENCIAS ANEXAS:
Giddens, Anthony, “Un mundo desbocado”
Thompson, John “Los media y la modernidad”
Gauthier, Gosselin, Mouchon, “Comunicación y política”

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