14 diciembre 2006

El simulacro de la democracia chilena

El simulacro de la democracia chilena
Por Paz Escárate

Manuel Castells tiene una hipótesis y estructura su reciente libro “Globalización, desarrollo y democracia: Chile en el contexto mundial” para establecerla como el último dogma chileno: nuestro país posee un Estado de Bienestar, exitoso en América Latina y su desafío, luego de haber terminado con la transición política, es construir una identidad en torno a un proyecto de desarrollo informacional.

Luego de una exhaustiva descripción del desarrollo de la era Internet en el mundo y la manera en que naciones como Irlanda o Finlandia saltaron al primer mundo gracias a desarrollar una sociedad capacitada y en red, el autor se empeña en dar a conocer cifras del “milagro” económico chileno, fruto –eso sí- de la democracia encabezada por los gobiernos de la Concertación y no por el gobierno dictatorial. Es así como varias páginas se llenan de cifras como “la inflación cae del 27,3% en 1990 al 4,7% en 1998 y al 2% en el 2003… el salario real sobre un índice 100 en 1970, pasa del 93 en 1973 y 103 en 1984-89 al 180 en 1999-2003”. Estas, sin lugar a dudas son reales y fundamentan la idea que la democracia le hizo bien al país más allá de las libertades políticas. Este punto no admite discusión, ya que el modelo liberal autoritario, precisamente impuesto por la dictadura militar a fuerza de ejecutados, detenidos desaparecidos, exonerados, término del sindicalismo y miles de desempleados no tiene comparación con la realidad ofrecida por la democracia concertacionista.

Sin embargo, el exceso de datos de este tipo y la insistencia en que el caso de Chile es el mejor situado de la región instala una suerte de suspicacia en la lectura. Esta tiene que ver con “el cristal desde donde se mira”. Por un lado, el punto de vista de un extranjero aporta datos que los mismos chilenos no somos capaces de ver por estar demasiado inmersos en nuestra realidad, como también es capaz de sacarnos desde nuestra mirada insular y autoflagelante. No obstante, creo que la amistad de Castells con los ideólogos del proyecto concertacionista hace que no pueda abordar, de manera profunda, los desafíos y esperanzas del Chile actual.

Este libro fue publicado sin los datos que aporta el gobierno de Michelle Bachelet, el cual quiere pasar a la historia por su énfasis en la protección social. Incluso teniendo en cuenta esta información, no se puede afirmar taxativamente que Chile tenga un Estado de bienestar.

Nuestro país no es y nunca ha sido un Estado de bienestar. Quizás el intento más serio que se desarrolló en torno a ello fue durante el gobierno de Salvador Allende, pero ya sabemos cuanto duró y de qué manera terminó. Evidentemente los gobiernos de la Concertación han hecho un esfuerzo importante y sistemático en poder nivelar la escandalosa desigualdad impuesta, a golpe de sangre, por el régimen militar, pero a estos intentos no se les puede llamar Estado de bienestar. Chile no es Suecia y ni siquiera se le parece. Esto es una realidad, por ejemplo, para miles de chilenos que, en la década de los ’70 fueron exiliados políticos y que en el decenio de los ‘90 pasaron a ser exiliados económicos al no poder regresar a su país de origen sin perder la calidad de vida o de protección de la vejez que les ofrece un país con un verdadero Estado de bienestar. No se puede hablar de esta categoría cuando en Chile, para tener una salud de calidad, por ejemplo, no sólo es imprescindible estar inscrito en una Isapre y desechar el sistema sanitario gubernamental, sino también pagar por un seguro médico, ojalá en una clínica de prestigio. Es cierto que iniciativas como las del plan Auge han introducido un empeño importante por cuidar de la salud de todos los chilenos, pero se trata de una acción, a todas luces, insuficiente. Basta ver la realidad de los consultorios y de los hospitales públicos en Santiago o regiones para comprobarlo.

Un discurso bien puesto
Comparto la idea que Castells –cercano a Guillermo Campero y Ernesto Ottone, ideólogos comunicacionales del segundo piso de La Moneda en tiempos de Ricardo Lagos- está más cercano al manejo de la comunicación política que a la ‘realidad real’, por así decirlo. A ello se añade que la política comunicacional en la era de Lagos fue una de las más exitosas de estos últimos años, sobre todo pensando en instalar la figura del mandatario como la de un estadista, de un hacedor, un hombre de Obras Públicas y también un hijo de la educación pública de este país. Con este metarrelato no es raro que su gobierno haya terminado con un 70% de apoyo popular. No es raro por su impronta masculina y autoritaria que revive los “anhelos de padre” tan arraigados en nuestra sociedad de “guachos”.

No se trata de desconocer la triunfante instalación de un discurso que posiciona a Chile en las “ligas mayores”, que es capaz de votar No a la guerra de Irak en la ONU e igualmente firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, por ejemplo. Este es un mérito tanto de Campero y Ottone como de otros, sino que se trata de evidenciar que al análisis de país que hace Castells le hace falta la ineludible realidad.

Educación: cobertura versus sentido
En esta materia, destaca la educación en la era de Internet como la base para situar a Chile como ‘el primer alumno del curso’ en la región. Este enunciado es lógico por las experiencias previas en Irlanda y Finlandia y su componente informacional se fundamenta en la amplia red de Enlaces instalada en el sistema educacional. Mas su análisis cuantitativo no se detiene en la verdadera utilización de los computadores dentro de la sala de clases. En su mayoría carecen de tecnología actualizada y se ubican en una sala especial donde los escolares no tienen acceso libre. El uso que se hace de estas herramientas es deficiente, ya que todavía las tratan como meras máquinas de escribir modernas y esto se debe, básicamente, a la ausencia de profesores capacitados e interesados en el tema y que estén conscientes de lo fundamental del manejo computacional para insertarse en el mundo (aunque ya todos, queramos o no, estamos insertos. Más bien diría, para no quedar excluidos de la mundialización).

El autor está en lo cierto cuando determina que la educación, formal y no formal, es la instancia más importante para pavimentar el camino hacia los países desarrollados. No obstante, este año que termina ha sido claro en manifestar que el sistema educacional no entrega calidad ni sentido a los jóvenes chilenos. La revolución pingüina fue y es una manifestación mayoritaria que dice que las disposiciones técnicas no bastan para mejorar la educación. Como ejemplo se puede decir que la jornada escolar completa en vez de ser una oportunidad para el despliegue de las capacidades, se puede transformar en una plataforma de frustración. ¿Por qué estar todo el día en el colegio? ¿Sólo para librarse de poblar la calle? ¿Para tener más horas de clases tradicionales o para explorar nuevos métodos de aprendizaje que hagan a los jóvenes descubrir sus habilidades? ¿Es la escuela el único lugar de aprendizaje? ¿qué rol juega la televisión, la interacción con los pares, las agencias socializadores y también las nuevas tecnologías de información en esta capacitación permanente de la cual se habla en la era Internet? Castells acierta en el argumento sobre la importancia de las nuevas tecnologías de información, pero no en su aplicación en el caso chileno. Las apabullantes cifras de uso de computadores y número de conexiones a la red destiñen al contrastarlas con el uso deficiente que se les da. Quizás el intento del senador Fernando Flores, aunque se trata de un caso aislado dentro del presente escenario, sea el más serio en el ámbito de la superación de la desigualdad y en atreverse a innovar con un pensamiento divergente.

La propuesta de un modelo de desarrollo informacional, como el de Finlandia con la producción de tecnología, no es posible en una sociedad donde el ascenso social o la inserción en el mundo del trabajo nunca ha dejado de estar ligado a la familia, los apellidos, el colegio donde se estudió y los amigos de los padres. La meritocracia en Chile es sólo el título de un libro de Navia y Engels. Por el momento.

Recapitulando. La educación no es un fin en sí mismo, sino que su rol es otorgar sentido y las herramientas necesarias para construir un proyecto de vida. Castells propone tres focos de atención al respecto: cobertura. Disminución de deserción e ingreso a la educación superior. En torno a la cobertura, el foco de las políticas actuales está puesto en aumentar la educación pre escolar, ya que éste índice influirá en el rendimiento posterior de los mismos. Respecto a disminuir los niveles de deserción, éstos ya son bajos en Chile, al igual que los índices de analfabetismo y se les aborda en priogramas gubernamentales como el del “Liceo para todos” que entrega incentivos monetarios a los grupos vulnerables que persistan en su proceso educacional. Lo interesante es que los jóvenes no dejen sus estudios porque ellos realmente descubrieron su sentido y no sólo por el sentido monetario. Si un chico deja la escuela es un fracaso porque percibió al sistema educacional como un reproductor de fórmulas que imposibilitan la movilidad social. El tercer punto, referido a la educación superior, es uno de los más complejos y controvertidos, como lo muestra el último informe del Consejo Asesor Presidencial en Educación. Las fuerzas sociales intentan cambiar el sistema de educación superior para que no siga privilegiando a los que ya son favorecidos, por una parte, y por otra, para otorgar más valor a los oficios técnicos. Las estadísticas del Ministerio de Educación dicen que es cosa del pasado el que las universidades tradicionales tengan entre sus filas a los mejores alumnos de los liceos. Hoy, en cambio, le dan la bienvenida a los mejores alumnos, pero de los mejores colegios pagados, salvo honrosas excepciones como los provenientes del Instituto Nacional o del Liceo Nº 1 de niñas. Los jóvenes que estudiaron en liceos municipales, en colegios particular-subvencionados o en colegios particulares no muy sobresalientes están condenados a estudiar en institutos profesionales, centros de formación técnica o, en el mejor de los casos, en reconocidas o no tan reconocidas universidades privadas. Y. para nadie es un secreto que a la hora de buscar trabajo, los profesionales más cotizados son los universitarios y no los técnicos, a este filtro se debe añadir el de las universidades tradicionales versus las privadas.

En educación no se debe olvidar el norte: se trata de un medio para desarrollar los proyectos de vida, por tanto la pregunta es ¿qué estamos haciendo por no seguir frustrando a miles de jóvenes? En este sentido, la mirada autocomplaciente respecto al desarrollo económico de Chile en comparación con la región no ayuda a ir más allá y preguntarse por la significación de estas cifras macroeconómicas, profusamente expuestas por Castells, para la mayoría de los chilenos. Quizás su acierto en esta área va por evidenciar que los estudiantes de educación superior chilenos tienen el mismo nivel cultural que un estudiante secundario en Portugal, es decir, nuestros estándares culturales, los que incluyen nivel de investigación y calidad de las universidades, distan de ser los de un país en desarrollo.

De la identidad a las identidades
Del Estado-nacional-popular de la década de los ’50 y ’60, el mundo pasó hoy al proceso de conformación de las identidades como respuesta a la mundialización y al debilitamiento de las instituciones que funcionaban alrededor del Estado-nación y de la sociedad civil igualmente ligada al Estado. Castells escribe: “La superación de las identidades, que era el gran proyecto histórico del racionalismo (liberal o marxista) ha sido superado por el renovado poder de la identidad. Dios no ha muerto. Al contrario, el absoluto se ha encarnado en una diversidad creciente de vivencias y expresiones”. Al respecto, dice que quizás el fundamentalismo religioso en sus derivados islámico, judío o cristiano es un intento de reconstruir sentido a nivel planetario. Refiriéndose al Estado-nación, en declive, indica: “ser ciudadano es fuente de derechos, pero ya no de sentido”.

Para Castells es claro el nacimiento del Estado red, por eso dice que el Estado no desaparece, sino que se reinventa. “Surgen así Estados co-nacionales, como es la Unión Europea, con un Banco Central Europeo independiente, una moneda única (aún con excepciones) y, por tanto, una economía unificada a la que se añaden múltiples instituciones y leyes de ámbito europeo…Así el Estado- nación se dota de instrumentos cooperativos de gestión, navegación, y negociación en la globalización. El precio es alto: la pérdida de soberanía y el paso irreversible al poder compartido. O sea, se pierde poder para mantener influencia”, indica.

En este contexto se puede entender mejor el surgimiento del conflicto étnico como fuente de identidad y de sentido que va mucho más allá de las fronteras y que se aleja sustancialmente del concepto de Estado-nación. Una vez más, en esta área, Castells peca de exceso de optimismo. Relata: “el 30 de mayo (de 1990) se constituyó la Comisión Especial de Pueblos Indígenas, con la participación de representantes de las organizaciones indígenas y del gobierno, con el objetivo de elaborar una nueva legislación que reconociera institucionalmente los derechos de los pueblos originarios. Tras un amplio proceso participativo, en enero de 1991 tuvo lugar en Temuco el Congreso Nacional Indígena, en donde unos 500 delegados de los congresos regionales entregaron al Presidente Aylwin los resultados de ese proceso de consulta. Se inició así un proceso que condujo, al término del mandato de Aylwin, a la aprobación de una ley de protección, fomento y desarrollo de los indígenas, incluyendo la creación de una Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi)”. Desde esta perspectiva no se entiende el conflicto constante en la zona mapuche, por ejemplo. No se entiende la precandidatura de Aucán Huilcamán para las últimas elecciones presidenciales, no se entiende la aplicación de la ley antiterrorista, la quema de predios o los llamados a liberar los presos políticos mapuches. Si realmente las instituciones funcionaran, como decía Ricardo Lagos, no seríamos testigos de un sector de la población que se siente excluida, reprimida y atropellada. Creo que la reivindicación identitaria no se ha asumido y que Chile aún le queda camino por recorrer para llegar a llamarse a sí misma nación pluricultural.

Al pan pan y al vino vino
Creo que la gran hazaña de Castells es tomar el discurso impuesto por los comunicólogos de la Concertación, desde el gobierno ed Aylwin al de Lagos, validarlo por su estatura intelectual y contribuir a instalarlo en el orden mundial. El autor no hace ‘vista gorda’ a cierta autocrítica, como cuando escribe: “Chile tiene ante sí viejos y nuevos desafíos que requieren todavía un considerable esfuerzo para profundizar la democracia y transitar a un nuevo modelo de desarrollo requerido por el contexto global”. Pero mayormente tiene su corazón puesto en el vaso “medio lleno”, como solía decir el ex Presidente Lagos.

Este posicionamiento del discurso es interesantísimo en cuanto es la prueba fiel de que el lenguaje construye realidades. Esta es la esencia de la comunicación política. Se pueden hacer obras, se puede gobernar, se puede acertar, pero si no se sabe comunicar, la continuidad de la alianza que detenta el poder puede estar en aprietos. Es este discurso el que hace suyo Castells y que refleja en su último libro dedicado a Chile. Quizás su mayor oportunidad está en abrir la puerta a la posibilidad de un pronto salto al desarrollo por medio de la educación y del desarrollo de una sociedad de la información. Sin embargo, para llevar a cabo esta iniciativa es imprescindible contar con una transición acabada. La muerte de Augusto Pinochet ha mostrado que ella o se circunscribió desde el plebiscito de 1988 hasta el 11 de marzo de 1990 o francamente aún no termina y no tiene un fin en el horizonte.

La política, a todas luces, es el lugar del conflicto, de la diferencia, de la lucha de poderes, de la transformación constante. Este año ha sido especialmente pródigo en mostrarlo con la revolución de los pingüinos en mayo y recientemente con las reacciones tras la muerte de Pinochet. No se trata de poner en riesgo la democracia. Tal como lo plantea Castells y como evidencia la realidad, la democracia en Chile es un camino sin retorno, por el momento (como plantea Hannah Arendt, filósofa de lo imprevisto). Se trata más bien de hacer patente el conflicto en una sociedad que se había acostumbrado demasiado a los consensos, a las palabras de buena crianza y a los justos tres tercios. En la hora de las definiciones las cuentas no son tan claras y nunca falta el que se quiere retirar sin pagar. Aunque para Castells la “raya para la suma” genera un saldo positivo, no es posible desconocer los diversos conflictos que se albergan en esta sociedad inserta en un mundo globalizado. Como lo plantea Ranciére, al política es la cuenta errónea, es la constatación del daño y sólo asumiendo esta transición inconclusa o este conflicto permanente, como se quiera llamar, se podrá avanzar y desarrollar ciertas estrategias, por cierto, también comunicacionales, que presten utilidad a un acontecer en constante transformación y, en definitiva, a un proyecto de país.

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