13 diciembre 2006

TAREA ANÁLISIS DE TEXTO
LA IMAGEN OBSESIVA
Y
LOS DIFUSOS LÍMITES ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN

Una reflexión analítica del libro “Homo Videns, la Sociedad Teledirigida”, de Giovanni Sartori y del fenómeno audiovisual globalizado.

Por María del Pilar Clemente B.

Fotografías, documentales, cine (en distintos soportes), blogs, infografías, sopts publicitarios, afiches, pantallas... hoy más que nunca, la imagen reina en las sociedades que aspiran participar de la globalización.
Basta recoger esta definición del escritor Marcelo Mellado1 “la visualidad obsesa es un padecimiento de nuestra época, un centrismo óptico que alcanza estatuto espistemológico. Desde la seducción y sus detalles, hasta las grandes construcciones discursivas son devoradas por sus fauces. La imagen homológica nos viene de un Platón cavernario o de un Georges Bataille voyerista, no sin antes transitar por la experimentación barroca, hasta la psicosis de una modernidad que hizo del ojo observador un fundamentalismo arrogante”.

Aunque la mirada de Giovanni Sartori puede resultar más “apocalíptica” que la “integradora” de su antecesor Marshall McLuhan, en cuanto a comprender la necesidad de adaptarse a los nuevos parámetros tecnológicos y a “dejar de mirar el futuro a través del espejo retrovisor”, existen algunos conceptos que, a la fecha, merecen ciertas reflexiones.
Por ejemplo, la diferenciación entre realidad y ficción que, según él, ocuparían segmentos claramente separados en los contenidos televisivos. Es claro para el espectador que los bloques informativos presumen o pretenden una realidad, captada al estilo de la mítica “aldea global” de McLuhan, lo que no deja de ser una construcción simbólica imaginaria, considerando como dice Sartori, todos los países o noticias que por razones de espacio, costos, tiempo y políticas, quedan lejos del lente focalizado.
Además de estos temores captados por el autor italiano, hay que añadir tres flujos de imágenes que ocupan las parrillas de programación: la invasión de los reality shows, los documentales y reportajes que exhiben, como género, la realidad recreada y quiénes tienen derecho a emitir su programación en el mundo.

Los reality: la privacidad pública

Si bien Hanna Arendt en su ensayo “La Condición humana” habló de la pérdida del ágora y del concepto tradicional y pensante de lo político, advirtió también sobre la tentación del ser humano de cambiar la existencia humana desde lo dado, por algo “hecho por él mismo”. Una tentación que lo hace sucumbir al artificio y, por ende, a tener la capacidad de destruir la vida como de “crearla”. La pensadora aplica esta idea a la ciencia y tecnología, con todo el actual debate ético. Para ella, corremos el riego de estar a merced de artefactos que podemos construir, pero sobre los que no podemos pensar. Es en este campo, donde ingresamos a la confusión contemporánea entre los espacios públicos y privados. Justamente, porque gran parte de la invasión al “recinto sagrado” de lo privado, lo hacen tecnologías mediáticas, como la radio, televisión e internet.
Gustavo Remedi, doctor en literatura hispánica de la Universidad de Minnesota, habla del “asalto al espacio público”2 de la siguiente manera: “Lo más preocupante respecto al asalto de lo público no es tanto la apropiación personal de lo público (lo cual sería una forma de democratización) sino el vaciamiento y deterioro del espacio social, la desaparición de un conjunto de formas que favorecían el relacionamiento social y la vida democrática; y su contra-cara, el modo en que un conjunto de grandes corporaciones transnacionales ha ido apropiándose de los espacios sociales y culturales y han pasado a hegemonizar práctica y simbólicamente la formación del público y la opinión pública”.
Efectivamente, los realitys o la telerrealidad son un género relativamente nuevo en televisión, creado por el holandés John de Mol y su productora Endemol en 1999. El primer formato se llamó Big Brother, emulando al líder Gran Hermano de la novela “1984” , publicada por George Orwell. Esa misma fuente de inspiración nos remite al viejo temor de un Estado invasivo, regulador de la intimidad. Los ojos vigilantes, la imposibilidad de tener una vida privada es el eje que destaca y valora el reality show, ya que a través de alguna situación forzada, como encierro, pruebas de supervivencia, competencia de talentos y otras escenografías, se pone en juego a un grupo humano, donde el espectáculo son sus vidas cotidianas. Ya no es el actor o el guión el que maneja los pulsos dramáticos de una historia, ya no es el espectador, quien ingresa a través del “sí mágico” a una realidad impostada. No están allí el director, el guionista, los actores y el público como cómplices de un relato, donde la maestría es el “saber contar la historia”.
El reality prende en la mayoría de los canales televisivos del mundo. Cumple así con el “asalto al espacio público” indicado por Gustavo Remedi. La promesa que le hace al espectador -que observa vidas íntimas desde el espacio de su propia intimidad- es “ser el ojo del Gran Hermano”, disfrutar con algo que no está en libreto: peleas, discordias, romances, duchas, trampas, calor humano, palabrotas, pijamas y todo lo que disfrutaría un voyerist, pero ahora es un voyerista legitimado. Curiosamente, a medida que el género se consolida en las audiencias, se hace necesario que intervengan los productores y estimulen entre los participantes la potencialidad de conflicto o de “vivir historias”, sin que el espectador lo note. Según el investigador y semiólogo, Alfredo Cid, del Instituto Tecnológico de Monterrey (México) los realitys que más rating han logrado en dicho país, son aquellos en los competidores se potenciaron como arquetipos conocidos: el héroe, la doncella ingenua, la bruja, la madre salvadora, el galán, el envidioso y otros.
En suma, este género hace reflexionar al investigador español Lorenzo Vilches de la siguiente manera: “la historia cotidiana puede ser más espectacular que las costosas inversiones en soap operas y todo ciudadano puede ser rey por una noche, con tal que sepa contar bien su historia”3

El “sin sentido” de la privacidad

Pero ¿cómo se nos presenta ese “mundo sin sentido” que parece invadir el espacio privado? ¿Se trata de una causa o del efecto de una tecnología de comunicación? La distinción que Hannah Arendt hace entre “labor”, “trabajo” y “acción” es clave para precisar el significado que para ella tiene la tecnología. Mientras que la labor es la actividad humana que cubre las necesidades, el trabajo crea un mundo de artificios y la acción es la capacidad de iniciativa, de iniciar algo nuevo y sólo puede darse en la pluralidad. El animal laborans está inmerso en el “proceso” de cubrir las necesidades e incluso la utilización de útiles e instrumentos forma parte del propio proceso vital. Es el reino de la necesidad. Es el homo faber quien crea un mundo artificial mientras que la acción, la capacidad de iniciar procesos, se da entre los hombres, no entre las cosas, y es impredecible, es el reino de la libertad. De esta forma, podemos especular que el medio también es el masaje, como lo dijo en la década del ’60 McLuhan. Lo difícil, si acentuamos la reflexión de Arendt es que el voyerismo de la vida ajena en la pantalla se acerca a la falta de libertad o quizás, al modo de Erich Fromm: al miedo que provoca la libertad al enfrentar al individuo consigo mismo, con sus propios ángeles y demonios.
Por otro lado, Sartori habla de la creación del Homo Ludens (lúdico) como consecuencia del Homo Videns, es decir, señala que la incorporación de la realidad a través de imágenes y no de conceptos abstractos propios de la palabra escrita, restan capacidad de entender. De esta forma, el espectador asume el rol de entretenerse frente a la pantalla o practicar juegos en el computador. Dice el investigador italiano: “El saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundo intelligibilis (de conceptos y concepciones mentales) que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por nuestros sentidos. Y la cuestión es esta: la televisión invierte la evolución de lo sensible en inteligible y lo convierte en ictu oculi, en un regreso al puro y simple acto de ver. La televisión produce imágenes y anula los conceptos y, de este modo, atrofia la capacidad de abstracción y con ella, la capacidad de entender”4 .

Según Sartori, aquellos que mantienen la mirada benevolente en el fenómeno de la televisión en los hogares, argumentan que el saber mediante conceptos es elitista, mientras que el saber por medio de imágenes es democrático.



La masividad de los derechos

Justamente, el género o la cultura de los reality se basa en la “democracia” de la vida cotidiana. El juego hace suponer que “cualquiera puede participar”, lo que obviamente no es así, ya que los “casuales” competidores de los programas son seleccionados a través de rigurosos casting; otras veces, la idea es que quienes juegan son artistas o personajes famosos. Luego, se le ofrece al espectador conocer la evolución de los protagonistas a lo largo de un tiempo y hacerse parte de votaciones para apoyar o repudiarlos. Actividad que entrega cierto tufillo democrático: “uno como yo está tras la pantalla. La vida es una competencia y yo puedo intervenir con mi voto telefónico”. Llamada que, a su vez, también se cobra y toma parte de un concurso por un premio. En suma, el reality es la ilusión democrática, casi una regresión a los juegos infantiles, donde se simula una situación “como si fuera real”.
El filósofo francés Pascal Bruckner reflexiona sobre esta regresión de los ciudadanos-consumidores que exigen derechos, pero que rehuyen los deberes y las responsabilidades (¿homo ludens?): “Nada resulta más difícil que ser libre, dueño y creador del propio destino. Nada más abrumador que la responsabilidad que nos encadena a las consecuencias de nuestros actos. ¿Cómo disfrutar de la independencia y esquivar nuestros deberes? Mediante dos escapatorias, el infantilismo y la victimización, esas dos enfermedades del individuo contemporáneo. Por una parte, el adulto, mimado por la sociedad de consumo, quisiera conservar los privilegios de la infancia, no renunciar a nada, mantenerse instalado en la diversión permanente. Por otra, emula al mártir, aun cuando no sufra más que de la simple desdicha de existir”.
En este punto, Sartori duda que la irrupción de Internet se traduzca en una real herramienta de conocimiento para los adultos individualistas, criados con la televisión y sedientos del juego y la novedad. El escritor aventura que, si bien la Red ofrece una capacidad interactiva interesante, esta sobreoferta puede ahogar toda curiosidad, por lo cual el aspecto novedoso pasará a retiro y la oferta pasiva de la “caja idiota” será la que satisfará la necesidad de entretención ilimitada del agotado ciudadano-consumidor de hoy.
¿Libertad para elegir o esclavitud de un espacio público que invade lo privado? Pascal Bruckner sentencia: Eso es el individualismo: el desplazamiento del centro de gravedad de la sociedad hacia el particular, sobre quien descansan a partir de ahora todas las servidumbres de la libertad.

El juego continúa...
Sin embargo, la necesidad de nuevas ofertas de entretención que parezcan realidad a los aburridos individuos de hoy, sigue su curso. Más allá de los reality, talk shows o programas que muestren el mundo privado de los famosos o “el lado B” de la “gente común”, se agregan otros géneros a la parrilla audiovisual. Se trata de los falsos documentales. Es un híbrido entre la realidad y la ficción que presenta como verdaderos hechos absolutamente falsos, pero que “podrían ser ciertos”. Un antecedente es el famoso radioteatro realizado por Orson Welles en 1938 sobre la novela “La Guerra de los Mundos” (H.G. Wells), que atemorizó a muchos estadounidenses que no captaron la diferencia entre un reportaje radial y esta forma de contar una historia, bajo la imitación de modelos periodísticos.
Otro subgénero son las “Recreaciones”, no muy valoradas por los autores ni el público, pero que fueron incluidas en la década de los ’90 en muchos noticieros del mundo, bajo la forma de re-construir con actores desconocidos, la forma en que sucedieron hechos reales, en especial, testimonios policiales o de situaciones irrepetibles. Si bien, en la misma pantalla se coloca el crédito de ”Recreación” para avisar al espectador que las imágenes no son ciertas, no han faltado los problemas legales con los personas involucradas en la presentación. Actualmente, se siguen usando recreaciones, pero en formatos diferentes al noticiero tradicional.
Pues bien, el documental falso todavía no tiene muchos cultores, el más famoso que hoy se encuentra en polémica es Death of a president, del director canadiense Gabriel Range, donde en el estilo clásico de un documental realista, recrea las escenas de un virtual asesinato de George W. Bush por el terrorismo islámico. ¿Ético o no ético? ¿Podrá reconocer el espectador pasivo la realidad dentro de lo falso? ¿Superará la ficción a la realidad? Hasta ahora, se trata de un género que circula más vía internet o algunos documentales underground que han puesto en jaque la verdad sobre la llegada del hombre a la Luna, de Hiroshima y hasta del Holocausto. Sartori, aunque no habla del fenómeno, quizás opinaría que este nuevo género visual formará parte de los “juegos” para entretener los ojos y no mente del homo ludens.

Sobre los monopolios de la opinión pública

Un aspecto interesante que aborda Giovanni Sartori es el rol que está cumpliendo la televisión en el derrumbe de los líderes intermedios que ayudan a configurar la opinión pública. Según el autor, durante la época de oro de los periódicos y de las radios, las opiniones ciudadanas se formaban como cascadas que caían en forma escalonada desde arriba hacia abajo, con muchas mezclas y pozas de encuentros, donde líderes intermedios digerían la información y la canalizaban transformada en diversos puntos de vista. Actualmente, la homogenización del medio audiovisual no estaría aportando este efecto cascada, por el contrario, se entregaría un contenido masivo bajo la apariencia de recoger la voz de la calle. Esta situación debilita la democracia. Dice Sartori: “A la democracia representativa le basta para funcionar que exista una opinión pública que sea verdaderamente DEL público. Pero cada vez es menos cierto, dado que la “videocracia” está fabricando una opinión sólidamente hetero-dirigida que, aparentemente refuerza, pero que en sustancia, vacía a la democracia como gobierno de opinión. Porque la televisión se exhibe como el portavoz de una opinión pública que, en realidad, es el ECO DE REGRESO de la propia voz”.5

En este tema discrepa con el optimismo de McLuhan sobre la aldea global y la posibilidad de ver TODO lo que sucede en el mundo en la sala del hogar. Es aquí donde Sartori se cuestiona la veracidad de las imágenes, su potencialidad como engaño, no necesariamente porque SEAN una mentira, sino que por la selección de los encuadres y de lo que muestran. Así, una multitud en primer plano puede parecer una gran muchedumbre, pero filmada desde el aire o en los “lugares vacíos”, es capaz de dar la idea de una cantidad exigua.
Además de la selección de las tomas, los entrevistados y los ángulos, también se da otra manipulación silenciosa: las industrias de la distribución o la cantidad de canales que posea un satélite. Así, la panorámica mundial imaginada por McLuhan puede resultar no tan planetaria, pues países enteros donde aparentemente “no pasa nada” o no “son importantes”, quedan afuera del sistema... salvo que ocurra una catástrofe con muchos muertos.

Una cadena polémica
Desde el 15 de noviembre ya está funcionando Al Jazeera en inglés. ¿De qué se trata? De una cadena de televisión árabe, que ya está en el aire en formato internacional y en el idioma clave de occidente. Hasta la fecha, ha funcionado por y para el mundo árabe, con un promedio de 50 millones de espectadores. Ahora, gracias a la tecnología, transmitirá vía satélite desde Londres, Kuala Lumpur, Washington y Doha. Su lema es “Estableciendo la nueva agenda”. La importancia de este hecho, dentro del mundo televisivo, es que según el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, su cobertura es “malintencionada, imprecisa e inexcusable”. Agregó que los conflictos de Afganistán, Irak o el Líbano “traen una versión diametralmente distinta a la Casa Blanca”6. Por su parte, la cadena Al Jazeera se declara objetiva y contratará rostros creíbles del mundo occidental. Por su parte, Estados Unidos pretenderá contrarrestar esta influencia con la cadena Hurra, como también, ingresarán otras más combativas, como Al Manar del Hezbollá y otras de identidad nacional, como el canal de Arabia Saudita Al Arabiya.
En este ejemplo, vemos una lucha por imponer un punto de vista a la opinión pública del mundo árabe, aunque no existe una real certeza de cuánta cabida tendrá en las pantallas del mundo, pues no son masivas, pero aún, cuestionan el poder en cuanto a quiénes tienen el derecho de ocupar las tecnologías de la información. En general, los altos costos son el filtro, pero las influencias políticas tienen su rol también.
El caso de Al Jazeera ilustra hasta qué punto mucha de la información que es presentada como verdadera a través de los satélites, no lo es en su totalidad, o bien, se encuentra ausente o bajo ciertos enfoques manipuladores. La pregunta es ¿Quién es el autorizado para transmitir una agenda? ¿Todos somos víctimas? ¿El juego pueril se ha apoderado del homo videns?¿Hay libertad de información para la democracia?
El propio Sartori reflexiona al respecto: “Cantidad y velocidad no tienen nada que ver con libertad. La desproporción entre el producto que se ofrece en la red y el usuario que lo debería consumir es colosal y peligrosa”7

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